Tras un nuevo amanecer en Tegucigalpa nuestro destino, aunque es lejano es claro: Catacamas.
La primera vista que me impresiona de los 210 kilómetros que aún me faltan por recorrer, son los techos metálicos que se deslumbran desde lo alto de la capital.
Se dice que uno se puede aburrir en tres horas, pero más de 40 túmulos después puedo escribir lo contrario.
El paraje que se vive desde Tegucigalpa hasta Olancho tiene su gusto.
Tres horas después, finalmente estaré en Catacamas… como la llamaba el poeta Froylán Turcios, la “ciudad de las flores”.
Mientras más avanzamos en el camino, más esmeralda se recubre la vista, cada vez hay menos viviendas y cada vez más terreno gana el campo.
Sin embargo, entre lo más recóndito no dejan de apreciarse humildes, pero coloridos hogares.
Después de una hora y media de haber partido, allá a lo distante, se observan unos cerros llenos de vida, tan verdes, sin ser atacados por la desforestación o el gorgojo, tan grandes que hasta besan el cielo.
Frente a ellos hay unas cuantas vacas rellenitas y hermosas, también hay perros y uno que otro gallo. Muchos animales, pocos humanos.
Cruzando a la tierra amplia
Avanzamos más y llegamos al parador fotográfico de Guaimaca, aunque quisiera verlo lleno de personas y sacar buenas fotos, a esta hora (6:00 am) no hay nadie, solamente sus pinturas.
A partir de ese momento hay que preparase mentalmente para lo que vine, un camino lleno de túmulos.
En el sube y baja de los túmulos durante el camino a Catacamas, puede ver una gran población de gente trabajadora, que desde temprano se levanta para vender en las calles: artesanías, hamacas, comida, toda una variedad para el distinto tipo de cliente que se pueda presentar.
Además: Territorios que Cristóbal Colón bautizó y aún se llaman así
20 minutos después uno finalmente cruza la frontera olanchana. Campamento, te recibe orgulloso y presumido, pues apenas hace unos meses (julio) fue declarado “Pueblo con Encanto” por el gobierno de Honduras. Y no hay duda del porqué si desde la nitidez de la entrada se puede notar.
La carretera sigue cobrando kilómetros, el viaje va tomando olor a café y maíz, las nubes marcan desde la distancia que podrían regalarnos agua en las próximas horas. Y me sigo maravillando del país maravilloso en el que nos tocó nacer. ¡Qué suerte!
Seguimos el recorrido y llegamos a la cabecera departamental de Olancho: Juticalpa. Un gran municipio con grandes áreas verdes, lomas, y muchas casas en la orilla de la carretera.
Desde la ventana, entonces ves, como las abuelas y sus nietos se sienta afuera de sus hogares a despedir inconscientes un recuerdo difícil de olvidar. Taza de café en mano, medicina para el corazón.
Aunque están en el mismo departamento todavía falta una hora de recorrido para llegar a Catacamas, pero las reforestadas zonas hacen que el tiempo pase y que se valore más la vista de todo un formidable ecosistema.
Para nunca olvidar
Tenía razón. Las nubes grises que se habían adelantado, nos jugaron la vuelta y nos recibieron con lluvia. Nosotros, aun así, sabíamos que el encanto de esta ciudad de ganadera nos iba a entregar su corazón.
Y de hecho así, cuando arrancamos Sábado Feliz, el programa que Telecadena (Televicentro) creo para unir la alegría y el color de los pueblos.
Entonces llegamos a la “ciudad de las flores” un pintoresco y colorido municipio con amplias calles, todo parece estar tan cerca.
Gente muy amable que te hace sentir bienvenido a su tierra. Variedad de comercios en cada calle. Boutiques y reposterías por todos lados. Los olanchanos en serio disfrutan del pan dulce.
Bueno y qué decir del tapado olanchano. En algún momento tendré que comprar si esta delicia culinaria sabe mejor aquí o en otro municipio de Olancho.
De hecho, su sabor salido pero cálido, me llena de grandeza el paladar y entonces entiendo porque este es el departamento más grande de Honduras y Centroamérica.
Sin duda, Catacamas es una ciudad que vale la pena conocer y dejar atrás todo pensamiento negativo que se tiene, “que es un lugar violento” o que “hay disparos por todos lados”.
Hay una gran armonía y muchas personas con ganas de salir adelante. Y del único peligro que realmente puedo hablar es de poder olvidarme de todo ello.
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